Sofía Echeverri | Esferas y Verdugas
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Esferas y Verdugas

de la serie verdugas

Lápiz, pigmentos, papeles y una pantalla industrial de acrílico; atracción, luz y color. Minuciosamente, Sofía Echeverri aplica colores múltiples del pantone a lugares indiscernibles, borrosos; lugares que han perdido todo colorido e ilusión. Materialidad utilizada, el color y el claroscuro contraponiéndose como notas musicales de un madrigal oculto. Una formación de constelaciones de círculos de color que, combinados, permiten ver la música. También, las imágenes a lápiz interrumpidas por campos de carbón impiden ver los rostros. Sus obras son sinestesias. Sinestesia construida con el fin de desconcertar al espectador en su trayecto estético, completado en el momento de la contemplación; resultado de largas horas placenteras de acción y reflexión productoras, habitables fuera del tiempo. El tiempo de la creación de una obra hedonista.

 

En sus formas, el pensamiento no está separado del cuerpo que lo contiene, las sensaciones que evoca la materia son a su vez cuerpo y mente. En palabras de Michel Onfray, la razón es corporal. El trayecto se completa en una frónesis, en el pensamiento y la emoción unidos, funcionando al unísono como un emisor sensorial – racional, y provocando el encuentro con un enigma, el enigma de las verdugas. ¿Por qué las verdugas son niñas? La sensación primaria es una vibración de angustia, al ver a las menores cuyos rostros ocultos se perciben, en un giro dramático, como los de víctimas; sin embargo, una segunda sensación, la de retraimiento nos deja ver que son ellas las que han sido cubiertas de un halo sádico. La niña, en su devenir-mujer busca dañar… ¿O es acaso al revés?, se tapa a la niña para que no pueda percibirse en un mundo de máquinas célibes, ávidas de satisfacer sus deseos, victimarias de sus cartografías circundantes, de sus espacios esféricos. El entendimiento del comportamiento humano sobre la mujer se expresa de forma crítica en la obra de Sofía Echeverri. Sea como sea, de cualquier manera, la experiencia frónica, la que utiliza emoción y razón en un instante, manifiesta en la vivencia del espectador frente a la obra, conlleva sensaciones ambiguas que desocultan una imagen óptica pura: la de la violencia desde la infancia; una sensación de división durante esta frónesis contemplativa, la conmoción de una imagen masoquista. Las niñas, todas vienen de la memoria histórica del arte; algunas nacieron en un cuadro de Degas o de Ingres, otras salieron de una fantasía de Picasso o de la imaginación de Hokusai. Apropiadas, aisladas de su contexto, las niñas ya no quieren ver, se convierten en tortura visual, no quieren ver que ellas mismas son parte de una esfera: una esfera de poder patriarcal.

 

La obra es un pliegue enigmático en el cual la mujer, como objeto de complacencia del hombre, se subleva a un micro orden político, y rompe, por su intervención en la imagen reproducida del personaje ahistórico, con la esfera del poder patriarcal. La obra contiene trayectos dinámicos que, como un mapa, son transitables: Las formas circulares en donde se enmarcan manifiestan una representación precisa de lo inmarcesible, del tiempo que perdura. Situación de extinción del género humano, enigma de la auto-aniquilación por degradación del espacio vital… las niñas, pitonisas del laberinto del tiempo del arte, ya no quieren ver el ocultamiento de la verdad. La representación del poder en una esfera, una serie de esferas que busca ser interminable, que busca romper el contorno de la llamada forma perfecta, manipulación esférica que se contrapone y rompe la formación de una constelación simbólica irregular. La forma ordenada se compone en trayectos desordenados. Lo visto se escucha. No hay un orden, la violencia en las niñas es sólo caos. Devenir-mujer desde niñas, ocurre en lo oculto, ocurre con violencia cegada, ocurre en soledad. La complicidad: ¿convertimos a nuestros menores en cómplices de la violencia de nuestra sociedad patriarcal? El tiempo, un círculo, el eterno retorno. Una constelación simbólica perceptual de mundos conceptuales, de una humanidad concebida como una plaga.

 

La obra de Echeverri evidencia el discurso vacío, el engaño retórico de la emancipación de la mujer en la posmodernidad. La falsedad y la simulación representadas en esferas de color que, atractivas, decepcionan. La verduga es un símbolo de nostalgia y melancolía. Un réquiem visual al animal. La artista busca hacer creativos a los espectadores, crea zonas de indeterminación en la experiencia estética. Confusiones acatalépticas, sensaciones ambiguas que renuncian al propio juicio de valor, y permiten la tranquilidad en el espectador que libremente encuentra el enigma de la obra. La obra en sí, la experiencia con su materialidad y la reflexión de su contenido simbólico producen una integración metafísica que reconcilia la razón y el sentimiento. El goce, surgido de las relaciones entre el hacedor y el espectador, deviene un acontecimiento. Un acontecimiento que transmuta en el momento en que ocurre un encuentro con la inmanencia de la materia. El plano material en la obra de Sofía Echeverri permite completar la reflexión sobre los devenires mujer, haciendo partícipe a la comunidad que se relaciona en el espacio social expositivo.

— alejandro sordo guzmán