Sofía Echeverri | Dolorosa Belleza
23855
post-template-default,single,single-post,postid-23855,single-format-standard,vcwb,ajax_fade,page_not_loaded,,select-child-theme-ver-1.0.0,select-theme-ver-3.2.1,wpb-js-composer js-comp-ver-5.0.1,vc_responsive

Dolorosa Belleza

de la serie saturninos

¿Es posible quedarse de pie, ante la inmensidad, ante la desolación, como testigo de lo que fuimos, que aún somos, y ver ahí belleza? ¿Es posible detener el tiempo justo antes de que todo termine devastado? ¿Podemos reconstruir un mundo a partir de sus fragmentos?

 

Echeverri traza con los paisajes una suposición: hay algo más afuera del lienzo, y adentro, al fondo, que no alcanzamos a definir. No hay tiempo ahí, no hay acción, pero hubo. Detrás de esa quietud aparente, hay un gesto de anunciación: en cualquier momento se desbordará un caos, una montaña (una figura informe puede recobrar su nombre). O un tejido del mal, otro paisaje, otro bosque acaso más orgánico, delgadísima línea en la punta del grafito. Alguna palabra que nombra un destino. Alguna célula reflejada en sí misma, espejo minucioso del vacío.

 

Personajes nos miran fijamente, haciéndonos cómplices, testigos: ellos atienden con fijeza nuestro ojo, se salen del cuadro en línea recta hacia nosotros, o nos meten a él, sin darnos cuenta, nos envuelven. Viven un mundo saqueado, ellos nos ven como ver un pasado inexplicable; son niños que le dan la espalda al futuro, no miran ese bosque donde todavía hay algo posible. O nos dan la espalda a nosotros, nos ignoran.

 

Y los Saturninos de líneas suaves, delicadas, despojados de espacios, o en un espacio blanco, en la esclera de Echeverri que los miró al crearlos atrapándolos en el iris, y luego de quien los contempla ya existentes. Saturninos, delicada introspección. No nos miran ni nos dan existencia. Miran hacia adentro de sí mismos, buscando algo, un origen. No hay palabra ni camino. Un movimiento interior, hacia un mundo incognoscible.

 

Algunos entonces perdieron sus rostros, alguna vez los tuvieron, algunos ahora tienen una máscara o un haz. Niños del futuro que se cubren del mundo, Saturninos que se esconden, guardados en la curvatura de su propio cuerpo. Ninguno recuerda que tiene rostro. ¿Nosotros lo tenemos todavía? ¿O hemos dibujado uno parecido al nuestro para quedarnos detrás, en este mundo que comienza a derrumbarse? ¿Nos derrumbamos? ¿Podremos ser nuestra obra acabada mientras los fragmentos nos construyen? ¿La obra de Echeverri nos construye de ese lado? El ojo vago –trampland-, lo que somos, pasos rotos de alguien que hace nacer un nuevo silencio, su dolorosa belleza.

— karla sandomingo vizcaíno